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La educación que queremos

Desde el principio de los tiempos nuestra evolución como especie ha estado ligada a la educación. Cierto es que, en un principio, no se consideraba que fuera un derecho, como lo es hoy es día. Las sociedades prehistóricas veían la “docencia” como una necesidad vital, ya que trasmitir conocimientos era algo imprescindible para la supervivencia del clan.

Hoy en día, aunque afortunadamente se están produciendo cambios internos, la escuela que conocemos se basa en el modelo prusiano del siglo XVIII. Se trata de un modelo cuyo fin es dar respuesta a la necesidad de las empresas por parte del Estado, es decir, un lugar donde los padres pueden dejar a sus hijos para poder formar parte de un sistema productivo que los necesita libres de cargas.

Se trata de una escuela cerrada al mundo exterior, donde se imparten contenidos estandarizados, clases obligatorias repartidas por edades, sistema de calificaciones, premios, castigos, presiones para maestros, familias y alumnado, además de horarios rígidos y estrictos.

Sin embargo, la educación no se trata de eso. Este tipo de sistema se está demostrando que está obsoleto, ya que se basa en formar población obediente que sustituya a sus padres cuando ya no sean útiles para el sistema, sin iniciativa e imaginación.

El sistema escolar debería ayudar a que los niños recibieran una educación integral, que les capacite para pensar, reflexionar y hacerse responsable de su lugar en el conjunto de la sociedad. Como decía Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo».

La evolución de la docencia

A lo largo de las últimas décadas hay un sector de los profesionales de la educación que han decidido enfocar su práctica en función del cambio necesario que necesita el sector y, aunque muchos de ellos se han desarrollado a una velocidad de vértigo, la realidad es que existen sectores muy tradicionales que se resisten a hacer las cosas de otra manera.

Principalmente se ha producido una transformación profunda en lo que respecta a la figura del maestro y del estudiante que, aunque no son los únicos agentes que confluyen en el proceso de aprendizaje, sí que son dos de los principales protagonistas.

A principio del siglo XX el maestro era una figura que ostentaba y ejercía una notable autoridad, que aplicaba normas estrictas que afectaban incluso al núcleo familiar. Hoy en día el rol del docente es mucho más amable, y el respeto mutuo es, o debería ser, el punto de partida de las relaciones entre los profesores, sus alumnos y sus familias. Atrás quedaron las clases magistrales. Hoy en día la figura del maestro se asemeja más a un guía que acompaña a los alumnos en su proceso de aprendizaje fomentando la creatividad y participación. De ahí que el papel de los estudiantes también haya cambiado: de ser simples destinatarios de conocimientos a ser parte activa del proceso de enseñanza aprendizaje, siendo así protagonistas de su transformación educativa.

Esto también ha podido ocurrir gracias a la introducción de nuevas metodologías que han dado por finalizadas las clases tradicionales, con alumnos condenados a escuchar pasivamente a lo que se les exigía memorización y academismo, por metodologías activas que apuestan por el trabajo en equipo, así como en la resolución de problemas basados en situaciones reales, que otorgan a los contenidos significado para los alumnos.

El resultado de su aplicación lo encontramos en alumnos más motivados, que participan activamente, no solo adquiriendo conocimientos sino desarrollando habilidades y pensamiento crítico a fuerza de creatividad, compromiso e investigación. El aprendizaje basado en proyectos, la gamificación, son algunas de estas nuevas metodologías que están marcando la evolución de la docencia.

Y claro, relacionadas con ellas, está el tema de los deberes, que sigue siendo una de las cuestiones más controvertidas. Hay opiniones de todos los gustos, hay quienes defienden que son una buena manera de fijar aprendizajes, practicar y crear hábitos, mientras otro sector los tacha de ser repetitivos, pocos significativos, y que suponen una mayor presión para los estudiantes y sus familias. Es evidente que en este escenario actual el papel del docente es determinante para optimizar estas tareas tratando de que sean experiencias didácticas y motivadoras, convirtiendo los tradicionales deberes en juegos que potencien la creatividad y la capacidad de experimentación de los alumnos.

La etapa de Educación Infantil

Aunque en nuestro país la etapa de 0-6 años sigue sin ser obligatoria, la mayoría de las familias no esperan a la primaria, que es cuando empieza la etapa obligatoria para escolarizar a sus hijos. Y es que hoy en día gracias a los avances que se han producido en neurociencia, la etapa de infantil, se sabe que es una de las más importantes dado que la mitad de conexiones de nuestro cerebro se realizan, y a una velocidad que nunca más volverá a conseguirse, durante nuestros primeros años de vida.

De ahí que, según Preparadoroposicioninfantil, a los profesionales de esta etapa se les haya puesto cada vez más atención, ya que sobre ellos recae la enorme responsabilidad de aprovechar la plasticidad cerebral de estos niños, dándoles estímulos adecuados, educación y cuidados para que puedan sacar todo su potencial el resto de su vida.

En muchos momentos se consideró esta parte de la profesión como un oficio menor porque se pensaba que los niños pequeños necesitaban menos. Sin embargo, hoy sabemos que los maestros de esta etapa son los que deben tener la mayor disposición afectiva para poder relacionarse con los niños y su pedagogía debe ser de escucha y sensibilidad para poder comunicarse. Algo que no solo se consigue estudiando. Se necesita una profunda reflexión a nivel personal que capacite a estos profesionales para ser capaces de cubrir las verdaderas necesidades de los infantes. Que tengan una formación sólida, que les interese la relación con los padres y poder ayudarlos, porque de esta forma incidirán durante más tiempo en la vida de sus alumnos, y que tengan una actitud abierta, creativa y de formación constante. Porque en primera infancia es mucho lo que está en juego.

 

 

 

 

 

 

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