Recuerdo claramente el día en que decidí embarcarme en mi tratamiento de ortodoncia invisible. Había estado considerando corregir mi sonrisa durante mucho tiempo, pero la idea de usar brackets metálicos me desanimaba. Quería algo que fuera discreto y cómodo, y tras investigar un poco, me encontré con la opción de la ortodoncia invisible. No solo me atraía la estética de los alineadores transparentes, sino también la promesa de un tratamiento menos intrusivo.
Mi primer paso fue acudir a una clínica especializada en ortodoncia. Allí, la odontóloga Olga Sánchez Arranz de la Clínica dental Sánchez Arranz me explicó detalladamente cómo funcionaba el tratamiento con alineadores invisibles. Me mostró ejemplos de cómo se moverían mis dientes con el tiempo y respondió todas mis preguntas sobre el proceso. En este sentido, la idea de llevar unos aparatos tan discretos me entusiasmaba, y decidí seguir adelante.
Lo primero que ocurrió fue que la odontóloga hizo una serie de impresiones dentales. Este proceso, aunque no fue el más agradable, fue bastante rápido y las impresiones me ayudaron a tener un modelo exacto de mis dientes, que luego se utilizaría para diseñar los alineadores personalizados. Además de las impresiones, también me hicieron radiografías y fotos para tener una visión completa de mi boca y asegurarme de que el tratamiento sería efectivo.
Una vez que todo el material estaba listo, pasaron unas semanas mientras se fabricaban mis alineadores y aunque la espera fue un poco larga, la anticipación de ver el resultado final me mantenía motivado. Finalmente, recibí mi primer conjunto de alineadores y me dieron instrucciones detalladas sobre cómo usarlos en las cuales me dijeron que debía llevarlos durante al menos 22 horas al día, quitándolos solo para comer, beber líquidos distintos al agua y para cepillarme los dientes.
Al principio, me preocupaba cómo iba a adaptarme a los alineadores y es que, si bien no eran incómodos, lo cierto es que se notaban un poco en la boca y me costaba acostumbrarme a hablar con ellos puestos. Sin embargo, el ortodoncista me aseguró que esto era normal y que pronto me adaptaría y, de hecho, al cabo de unas pocas semanas, no notaba la presencia de los alineadores en mi boca y mi habla volvió a la normalidad.
El tratamiento se desarrolló a través de una serie de alineadores, cada uno diseñado para mover mis dientes gradualmente hacia la posición deseada. Cada nuevo juego de alineadores se cambiaba aproximadamente cada dos semanas. Durante las visitas de seguimiento, la odontóloga revisaba el progreso para asegurarse de que todo avanzaba según lo planeado y para hacer ajustes si era necesario. Estas citas eran rápidas y, en general, el progreso estaba en línea con las expectativas.
Un aspecto positivo del tratamiento fue que, a diferencia de los brackets tradicionales, no tenía que preocuparme por problemas como los alambres rotos o las ligaduras que se desprenden. Los alineadores eran fáciles de mantener y limpiar y me recomendaron enjuagarlos con agua tibia y cepillarlos suavemente para evitar manchas o acumulación de placa. Además, la limpieza de mis dientes y encías seguía siendo igual que siempre, lo cual era una ventaja.
Hubo momentos en que el tratamiento resultó un poco incómodo, especialmente cuando cambiaba de alineador. Sentía una ligera presión en mis dientes, pero esto siempre pasaba en poco tiempo. La Dra. Sánchez Arranz me había advertido sobre esto y me dijo que era una señal de que los dientes estaban moviéndose como se esperaba. A pesar de esto, el tratamiento fue mucho más cómodo de lo que había imaginado, y me sentí satisfecho con los resultados
El proceso completo duró aproximadamente un año, que fue el tiempo estimado para alcanzar los resultados deseados. Cuando finalmente terminé el tratamiento, me sorprendió ver el cambio en mi sonrisa. Mis dientes estaban perfectamente alineados, y la transformación fue notable. Lo mejor de todo fue que nadie notó los alineadores durante el proceso, lo que hizo que me sintiera seguro y cómodo.
Ahora, con la sonrisa que siempre había deseado, me doy cuenta de cuánto ha valido la pena el esfuerzo y la paciencia. La ortodoncia invisible no solo mejoró mi sonrisa, sino que también hizo que el proceso fuera mucho más llevadero y menos invasivo. Si estás considerando este tratamiento, te recomendaría que lo hagas sin dudarlo; la combinación de comodidad, discreción y resultados efectivos realmente marca la diferencia.
¿Qué otros tipos de ortodoncias existen?
La ortodoncia es una rama de la odontología que se centra en la corrección de dientes y mandíbulas desalineadas. Existen varios tipos de tratamientos ortodónticos, cada uno adaptado a necesidades específicas y preferencias estéticas. Además de la ortodoncia invisible, que utiliza alineadores transparentes, otros tipos incluyen:
- Brackets metálicos: estos son los más tradicionales y reconocibles. Consisten en pequeños brackets de metal adheridos a la superficie de los dientes, conectados por un alambre que se ajusta periódicamente para mover los dientes. Aunque son muy efectivos, los brackets metálicos son bastante visibles y pueden ser menos cómodos debido a los alambres.
- Brackets estéticos: para aquellos que buscan una opción menos visible que los metálicos, los estéticos son una buena alternativa. Estos brackets pueden estar hechos de cerámica o resina compuesta y son del color de los dientes, lo que los hace menos notables. Aunque no son completamente invisibles, son menos evidentes que los metálicos.
- Brackets linguales: se colocan en la cara interna de los dientes, lo que los hace invisibles desde el exterior. Esta opción es ideal para quienes desean una ortodoncia discreta, aunque puede ser menos cómoda y más difícil de limpiar debido a su ubicación.