Dicen que pocas cosas son mejores para liberarnos de prejuicios y abrir nuestra mente como viajar. Unas personas prefieren invertir sus ahorros en cosas materiales, pero, cada vez más personas empiezan a preferir invertir en experiencias enriquecedoras y transformadoras.
Al fin y al cabo, somos una suma de esas historias y experiencias, más que de nuestras posesiones. Este pensamiento fue el catalizador de la aventura que durante un año emprendería con mi mejor amiga. Las dos éramos compañeras de trabajo en un prestigioso bufete de abogados, hasta que nuestro gran sentido de la responsabilidad se vio afectado por el caso de un cliente que perdió toda su fortuna por un par de desafortunadas circunstancias.
Esto hizo que viésemos la cosas con cierta perspectiva, así que decidimos que era el momento de un pequeño giro, no solo en nuestras trayectorias profesionales sino también en nuestras vidas.
Las dos compartíamos una pasión en común: viajar. Lo cierto es que para ser una de las cosas que más nos gustaba, a penas viajábamos. Si bien, ese fue el año en que esto cambió por completo.
El primer destino en nuestra nueva y renovada vida iba a ser Venecia. Principalmente porque desde siempre nuestra tradición favorita son los carnavales y no hay carnavales con mayor parangón que los carnavales venecianos.
Aún estábamos en invierno así que preparamos nuestras maletas para la ocasión, y es que los carnavales se celebran a principios de años, finales de enero o mediados de febrero. Por ello, teniendo en cuenta que Venecia está cerca de los Alpes sabíamos que el frío iba a acompañarnos en este viaje.
Ahora bien, queríamos disfrazarnos así que buscamos el disfraz perfecto y adecuado para esas temperaturas. Nos costó un poco encontrarlo, pero por suerte mi amiga conocía La Casa de los Disfraces, con un amplio catálogo de todo tipo de disfraces y la facilidad de ser una tienda online y, de este modo, solucionamos el problema del disfraz.
El Carnaval de Venecia. La Fiesta donde desaparecen las Clases Sociales.
No es de extrañar que la combinación de máscaras y elegantes disfraces conviertan a ésta en una fiesta única y llena de misterio y romanticismo.
Cultura, evasión y disfrute son solo algunos de los elementos que podemos encontrar en esta tradición que atrae a miles de personas todos los años y visitar estos carnavales se convierte así en una experiencia inolvidable y difícil de comparar.
Sus orígenes se remontan a entrado el año 1094 con la información que aparece en un documento durante el mandato del Doge Vitale Falier, nos cuenta sobre las fiestas públicas en la ciudad, y es donde viene citada por primera vez la palabra “Carnaval”.
Al parecer, las razones detrás de la celebración de estas fiestas era la necesidad por parte del gobierno de ofrecer un par de días dedicado a fiestas y la diversión de sus ciudadanos, sobretodo de las clases sociales más desfavorecidas. Durante estas fiestas tanto los propios venecianos como visitantes extranjeros podían disfrutar de una fiesta con música y baile en la calle.
Las máscaras y los disfraces permitían a sus habitantes esconder su propia identidad, anulando así las diferencias de clases sociales, sexuales o religiosas. De esta manera, la diversión unía a todos por igual.
En parte es por esta razón, que las máscaras venecianas han terminado teniendo tanta relevancia, ya que se convierten en todo un símbolo no solo del Carnaval de Venecia, en sí sino de la propia ciudad y de su historia.
Se trata de máscaras con formas y estilos característicos que pueden realizarse con diferentes materiales y presentar varias formas y expresiones. Así, aunque nosotras llevábamos nuestro propio disfraz la máscara la compramos en Venecia. Queríamos tener una máscara veneciana genuina.
Resulta cuanto menos curioso ver cómo durante 10 días la ciudad de Venecia se viste de época y oculta su rostro tras estas elegantes y misteriosas máscaras llenando así la ciudad, si cabe, de más belleza, sofisticación y tradición.
Una de las tradiciones que más nos gustó fue el llamado “Vuelo del Ángel” que se celebra el primer domingo de esta festividad. Aunque originariamente se lanzaba una paloma de metal desde el campanario de San Marcos hasta el Palacio Ducal, ahora es una persona la que desciende sujeta por un cable metálico, todo un espectáculo.